viernes, 22 de marzo de 2013

Samanta: ¿Alguna vez te has sentido perdido, Horacio? ¿Como si arriba o abajo no significaran gran cosa?
Es verdad, nunca supe leer mapas, ni siquiera las líneas de mi mano parecían desentrañar mi destino. ¿Dónde estaba yo en el aquí y ahora que ya fueron? Quizá por eso siempre anduve dando tumbos, casi como tanteando el piso con las manos en medio de la noche. Sin embargo, el papel de viajera constante de la incertidumbre me valió mis mejores aventuras.-
Horacio: Mi vida ha sido siempre oscuridad, me debato en el límite y lo sabes. Tú fuiste ese claro de sol en un día nublado, siempre supe que no sería eterno. Tú y yo fuimos como dos pájaros que se estrellan al vuelo. Nos alimentamos de quimeras por demasiado tiempo y éstas fueron nuestra propia muerte y entierro. Este laberinto de girasoles que es la vida es nuestra tumba, nos vamos condenando poco a poco, sin saberlo. Somos esos seres privilegiadamente errantes, ya sabes, eternos matadores de brújulas. Quedarnos por demasiado tiempo siempre será un error.-
Samanta: El problema es que no podemos evitarlo-
Horacio: ¿Evitar qué, Samanta?-
Samanta: Este sentimiento de sabernos perdidos. He visto a muchos en mi vida…
Horacio: ¿Quiénes?
Samanta: Ellos, los ciegos. Los que caminan por las calles con su traje perfectamente planchado y los zapatos lustrosos. Ellos, que no pueden darse cuenta, que no son conscientes que los perdidos somos todos.
Hacen su vida normal, asidos al piso por una extraña fuerza. Ellos, que se han olvidado de volar, que han perdido el brillo en los ojos.
Es cierto, puedo no saber dónde estoy. Quizás nunca podré llamar a algo hogar, pero sabes… no me he olvidado de volar. 
No tengo Norte ni Sur, ni Tierra que llamar Nación. Pero vivo, Horacio. ¡Por Dios que vivo!