domingo, 1 de julio de 2012

Y es que tengo el corazón cansado de acarrear esta pena, esta rabia, esta desesperación inútil,tanto sentir idiota.
He renegado de todo, abrazándome a la idea estúpida de ignorar cada centímetro de lo que llevo guardado, pensando quizás que sólo de esta forma podría conseguir aprehender la libertad que ansío, pero olvidé por completo que no se puede asir la libertad, pues ella corre libre, inalcanzable siempre.
Y me encierro otra vez con todo esto, mientras siento que de a poco se me va pudriendo el corazón, y las sonrisas ya no acuden a mi cara mientras viajo en metro por la ciudad, y me he vuelto uno de aquellos tipos que detesto con el alma y eso y tantas otras cosas.
Cada paso que doy parece acercarme más al abismo, y el vértigo se apodera de mi a cada instante. No soy capaz de retroceder mientras todo da vueltas y más vueltas en un espiral infernal que no acaba nunca.
El mundo avanza rápido, pero siempre por mi lado. No estoy en él pero tampoco fuera de él, y no se dónde carajo tengo puestos los pies. Y ahí está ese maldito movimiento, ese avanzar constante, siempre vertiginoso.
Me siento caer en el abismo, esperando el momento en que me estrellaré en el suelo. Pero la caida es infinita, el abismo no tiene fondo, y continuo cayendo, cayendo, cayendo, siempre cayendo, mientras una sonrisa cruza mi cara al cuestionarme en qué puta dirección estaré yendo.
Todo ha perdido su sentido, he sufrido la peor de todas las muertes, esa muerte quijotesca. He visto morir uno a uno mis ideales. Los veo esparcidos por el piso, retociéndose en agonía, sin que exista fuerza en la tierra capaz de devolverlos a la vida. Pero a diferencia del ingenioso hidalgo, esa muerte no va acompañada de la otra muerte. Así que continúo aquí viendo como todo se derrumba, sin poder hacer nada, porque la valentía que en mi había también yace ahí en el piso.
Escribo las últimas lineas de lo que pretende ser mi chivo expiatorio frente a tanta cosa que nubla mi mente, seco las lágrimas contenidas que pude derramar, lavo mi cara y me pongo de nuevo la máscara que he estado acarreando por los últimos meses. Salgo a la calle mientras me repito una y mil veces que las cosas están bien. Quizás, sólo quizás, en algún momento llegue a creermelo de veras.-

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