lunes, 2 de julio de 2012

Capítulo 3: Soplan Vientos Dulces ~


La noche se dejaba caer cuando ella llegó a casa. Tomás aun no volvía del trabajo. Lo mejor era que se dispusiera a preparar la cena cuanto antes. El viaje por la ciudad la había dejado con algo de ánimo, por lo que esta noche prepararía algo especial.
Fue hasta su habitación y buscó en un viejo baúl donde guardaba todas esas cosas que habían pertenecido a su vida anterior; aquella que había dejado atrás cuando decidió, en un arranque de locura tan propio de su personalidad cambiante, que era posible meter veinte años en unos cuantos bolsos y llevarlos a cuestas hasta un lugar distante, un lugar donde podría encontrarse de pleno con la libertad.
Poco le importaron las distancias, el dinero, o incluso la incertidumbre de no saber qué carajo iba a suceder al día siguiente, cuando la tormenta de su alma se hubiese calmado lo suficiente para permitirle pensar con mayor claridad. Es más, siempre había sido un goce ese no saber, tenía ese je’ ne sais quoi que le daba un saborcito dulce a la vida, la confortable espera de algo nuevo que lograría sorprenderla de veras. Esa fe absurda en que algo bueno llegaría a golpear su puerta la mañana siguiente.
Comenzó a revolver el contenido del baúl en busca de su antiguo cuaderno de recetas, último vestigio de lo que fuera uno de esos tantos intentos fallidos por darle forma a su vida intentando encasillarse bajo un oficio, obviamente sin resultados. Sofía era de esas personas que nacieron para serlo todo y a la vez nada. Su vida no cabía en definiciones absurdas que pretendía imponer una sociedad tecnócrata como la nuestra. Ella se regía por otras leyes, casi como si viviese en un mundo aparte al que sólo ella podía ingresar.
Retazos de pasado fueron envolviéndola en un torbellino de melancolía y recuerdos. En el momento en que decidió abrir la tapa del baúl, había liberado, sin darse cuenta, todo aquello de lo que venía escapando. El baúl se había convertido en una especie de caja de pandora personal y la búsqueda del famoso cuaderno se transformó en un reencuentro entre ella y sus memorias de adolescencia y juventud.
Postergó una vez más el llamado que hacía el pasado y se dirigió a la cocina, cuaderno en mano. Hojeó entre las recetas hasta encontrar la que andaba buscando y se dispuso a trabajar. Buscó los ingredientes necesarios, rogando al cielo que todo estuviese en la casa. No tenía ganas de dar otra incursión por la ciudad, además el mercado quedaba bastante alejado de su casa y el tiempo ya empezaba a ser escaso. Luego de unos 45 minutos tenía la cena lista.
Caminó hasta el comedor, tendió un mantel limpio sobre la mesa, puso los cubiertos y unas copas. Luego, buscó una botella de vino y dejó todo dispuesto esperando la llegada de Tomás quien debía estar por llegar. Se dirigió a la sala donde aguardó sentada al ritmo de And I love her de The Beatles, dejando que la música la transportara, por un momento fugaz, a un lugar diferente donde nada ni nadie podía alcanzarla mientras los agradables aromas de la comida bien preparada iban dominando el ambiente.

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