Otro día nublado con un poco de frío. La gente espera la micro en el paradero maldiciendo al recorrido por su escasa frecuencia. El aroma de las sopaipillas los tienta a comprar, dicen que los días de frío se come más, y ellos llevan tanto allí esperando, siempre esperando. Los perros se acercan por un poco de comida, ellos también tienen frío; y en el aire se respira el olor a capital.
La micro finalmente llega, la mitad se sube sin pagar; y es que el pasaje está tan caro que si lo pagan hoy no hay pan en la mesa. La señora Juanita toma asiento, saca del bolsillo un librito y comienza a rezar; pide para que esta noche no llueva, pide para que su casa resista, pide para que este año el frío no recuerde dónde vive.
La micro avanza por las calles atestadas de vehículos, y unos paraderos más allá un ciego sube a mendigar, algunos miran por la ventana pretendiendo no escuchar, otros le tienden la mano con algunas monedas, otros le dirigen miradas de reprobación, quizás pensando que no hace lo suficiente por conseguir un trabajo. El ciego baja en el siguiente paradero para tomar otra micro y repetir la operación, y la gente parece aliviada de no estar frente a la desgracia de otro, de poder seguir pensando que tienen la peor de las suertes, porque claro la micro está llena, el día es frío, las nubes cubren el cielo, tienen un trabajo de mierda que odian, la plata no alcanza y encima se sube el ciego a recordarles que existe algo peor.
La señora Juanita sigue rezando, me acerco y como no soy creyente le pido que rece por todos esos ciegos en la micro, que no ven que el día es hermoso, que las nubes tienen formas de animales, que la lluvia en la cara nos da ese soplo de vida que tanto nos falta, y que lo mejor para pasar ese frío es tener a quien ofrecer un abrazo, a ver si así recuerdan como esbozar una sonrisa en esos rostros muertos y saborean un poquito de felicidad.
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